Cuatro años y medio después de que la población británica decidiese por un estrecho margen abandonar la Unión Europea, las dos partes alcanzaron un acuerdo comercial a pocos días del 31 de diciembre de 2020, la fecha límite para la salida del Reino Unido del mercado único y la unión aduanera de la UE. Pese a que el acuerdo evita la imposición de aranceles y cuotas punitivos sobre los bienes, sigue suponiendo una importante ruptura en la relación económica entre el Reino Unido y la UE.
Uno de los efectos más inmediatos será la aparición de nuevas fricciones comerciales tras la entrada en vigor de las comprobaciones fronterizas y las declaraciones aduaneras el 1 de enero. Mientras que el Reino Unido ha manifestado que las comprobaciones fronterizas irán estableciéndose por fases durante el primer semestre de 2021, la UE tiene previsto implementarlas íntegramente en enero. Según las estimaciones, estos obstáculos supondrán un coste anual de 7.000 millones de GBP (9.400 millones de USD) para las compañías británicas. A corto plazo, el Reino Unido podría tener dificultades para evitar atascos en los principales pasos fronterizos, y muchas empresas siguen sin estar preparadas para los trámites burocráticos derivados de la nueva relación.
Según estimaciones del gobierno británico, estas fricciones podrían reducir la actividad comercial con la UE en aproximadamente un tercio y hacer que el PIB de Reino Unido caiga entre un 5% y un 7% durante un periodo de 10 a 15 años con respecto al nivel que habría alcanzado si el país hubiese permanecido en la Unión Europea. La UE también se enfrenta a un impacto económico, especialmente aquellos de sus países que mantienen fuertes lazos comerciales con el Reino Unido. A este respecto, es probable que Irlanda, Francia, Alemania, Italia, España, Países Bajos y Dinamarca experimenten efectos negativos en sus relaciones comerciales con el Reino Unido.
El acuerdo supondrá un incremento de la regulación
El tratado de libre comercio alcanzado es uno de los más extensos que la UE haya firmado nunca con un socio comercial de primer orden. Este acuerdo evita la imposición de aranceles y cuotas sobre todas las mercancías y tiene por objetivo limitar la carga normativa en algunos sectores clave, entre ellos la industria química.
Pese a ello, el Reino Unido deberá hacer frente a una regulación que será, por lo general, mucho mayor. Los bienes estarán sujetos a normas de origen, que especifican el grado en el cual insumos procedentes de otros países pueden incorporarse a productos británicos exportados a la UE. Estas serán especialmente importantes en el caso de los automóviles y las bebidas y los alimentos procesados.
El acuerdo aborda los servicios, entre ellos el transporte, de forma parcial, y apenas incluye disposiciones sobre las finanzas y otras actividades profesionales. La UE ha manifestado que examinará equivalencias para estos sectores, lo que permitiría un acceso más amplio al mercado único. Sin embargo, estas serán mucho menos favorables que los «derechos de establecimiento», que permiten a las compañías de servicios financieros autorizadas por la normativa de un país de la UE desarrollar libremente su actividad en todo el bloque comunitario.
El Brexit: una oportunidad para reajustar la economía británica
La salida del Reino Unido de la UE podría dar lugar a una reestructuración y reajuste a largo plazo de la economía británica que permitiría al país reducir su dependencia de los sectores financiero e inmobiliario y del consumo. De hecho, el gobierno está impaciente por poner en marcha su plan de «nivelación» mediante el desarrollo de la industria en el norte del país. Este, sumado a nuevas inversiones en tecnología, investigación farmacéutica y recuperación medioambiental, podría contribuir a compensar el impacto del Brexit. Sin embargo, el deterioro de la posición fiscal del gobierno podría poner en riesgo su capacidad para respaldar este reajuste. Gran Bretaña arrastra ya un importante déficit presupuestario como consecuencia de la pandemia de coronavirus, y es probable que su economía requiera de aún más apoyo para adaptarse a la nueva relación comercial con la UE. Por ende, la ratio de deuda pública sobre PIB del gobierno podría dispararse durante los próximos 5 a 10 años mientras la economía del país se aclimata a un índice de crecimiento más bajo.
Con el paso del tiempo, el Reino Unido podría beneficiarse de estrechar lazos con sus socios comerciales globales, entre ellos China, India y EE.UU., y reducir así su dependencia del comercio con la UE. Sin embargo, aquellos países que se encuentran próximos geográficamente y que presentan unos niveles de ingresos similares tienden a comerciar más entre sí. Por ejemplo, el Reino Unido realiza actualmente el triple de operaciones comerciales con la República de Irlanda, un país insular con aproximadamente 5 millones de habitantes, que con la India, una nación con una población de 1.400 millones de personas y que además mantiene con el primero el vínculo histórico de haber formado parte del Imperio Británico en el pasado. Por tanto, es probable que cualquier incremento en la relación comercial del Reino Unido con países ajenos a la UE sea moderado en comparación con la pérdida de operaciones que experimentará con su antiguo socio.
La libra y las acciones británicas podrían revalorizarse a corto plazo
Mientras que el acuerdo debería ser un factor positivo a corto plazo para la GBP y las acciones de compañías del Reino Unido expuestas al consumo doméstico, ejercerá probablemente una presión alcista sobre los rendimientos de los bonos. Sin embargo, es posible que, a largo plazo, la ralentización del crecimiento económico y cualquier reajuste debiliten las acciones británicas. Aunque muchas de las principales compañías que cotizan en las bolsas británicas son multinacionales con escasa exposición a la economía doméstica, es probable que aquellas que obtienen un mayor porcentaje de sus ingresos del Reino Unido, como los minoristas, los bancos, las constructoras, las empresas de servicios públicos y aquellos negocios con importantes volúmenes de exportación a la UE, se vean más afectadas por la salida de la Unión Europea.
En términos sectoriales, la agricultura y la automoción se encontraban entre las industrias más vulnerables al impacto de un Brexit sin acuerdo. Aproximadamente tres cuartas partes de las importaciones agrícolas del Reino Unido proceden de la UE. En consecuencia, la imposición de nuevos aranceles habría provocado una grave crisis de precios de los alimentos en el Reino Unido, situación que el gobierno pretendía evitar a fin de no agravar las dificultades económicas causadas por la pandemia de coronavirus. Incluso una vez alcanzado el acuerdo, se prevé que los precios de los alimentos experimentarán un cierto nivel de inflación como consecuencia de las certificaciones sanitarias y otros costes fronterizos que afectarán a las importaciones de alimentos y otros insumos agrícolas, como los piensos para animales. Esto podría resultar beneficioso para los supermercados con descuentos, ya que los consumidores sensibles a los precios tratarán de administrar su gasto en alimentación.
En lo que respecta a la automoción, el Reino Unido es un importante centro de ensamblaje para compañías como Nissan, Honda y BMW, que comercializan vehículos acabados en el mercado de la UE. Mientras que en 2019 el Reino Unido destinó el 51% de sus exportaciones de automóviles a la UE, esta última exportó el 81% de los vehículos vendidos en el Reino Unido. Por tanto, un Brexit sin acuerdo habría sometido a estas cadenas de suministro a una importante tensión, hasta el punto que podría haber hecho que algunas compañías reubicasen su actividad del Reino Unido en la UE. Si bien el acuerdo evita este escenario, los fabricantes de automóviles deberán respetar los requisitos impuestos por las normas de origen para seguir accediendo al mercado de la UE sin tener que soportar aranceles.
El histórico acuerdo es solo el principio de las negociaciones del Brexit
El pragmatismo político siempre hizo que el resultado más probable fuese un acuerdo, lo que permitió al primer ministro británico Boris Johnson afirmar que cumpliría su promesa de «consumar el Brexit». Dadas las críticas a la gestión de la COVID-19 por parte de su gobierno, lo último que Johnson deseaba era una salida no pactada de la UE. Además de haber dado la apariencia de un fracaso del ejecutivo, tal desenlace habría sido un regalo para la oposición del Partido Laborista de cara a las elecciones municipales del próximo año y una baza para el Partido Nacional Escocés, que aboga por la independencia de Escocia.
Dicho esto, el acuerdo de Nochebuena no supone el final del proceso del Brexit, sino un hito más en la negociación bilateral perpetua a la que quedan condenadas ambas partes. Mientras que el actual gobierno conservador ha sugerido que tratará de aprovechar el potencial de la divergencia con respecto a la normativa comunitaria, este enfoque podría generar más tensiones con la UE, que ha insistido en garantizar la «igualdad de condiciones» y una estructura de gestión adecuada para la resolución de disputas. Por el contrario, un eventual futuro gobierno laborista podría tratar de mejorar el acceso del país al mercado único.
De cualquier modo, el Reino Unido y la UE continuarán negociando sobre aquellos aspectos que el acuerdo no ha cubierto, así como sobre las disputas que probablemente surgirán. La experiencia de otros países no pertenecientes a la Unión, como Noruega y Suiza, apunta a que la relación entre el Reino Unido y la UE podría seguir siendo tortuosa. De hecho, el acuerdo dispone la creación de más de 30 nuevos comités bilaterales para gestionar los vínculos entre las dos partes.
En consecuencia, los futuros gobiernos británicos deberán seguir lidiando con la cuestión que ha condicionado la relación del país con la UE durante décadas: ¿a cuánta soberanía están dispuestos a renunciar los británicos para acceder al mercado único europeo? Dado que el reciente acuerdo no ha resuelto tal pregunta, lo más probable es que aún tengamos que convivir con la incertidumbre del Brexit y la tensa relación entre el Reino Unido y la UE durante muchos años.
Robert Lind, economista de Capital Group
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