La gestión del sistema alimentario basada en soluciones es uno de los instrumentos más importantes para abordar grandes retos sociales y medioambientales globales. Hay que responder a preguntas clave, que incluyen ¿cómo garantizar la seguridad alimentaria y preservar el medio ambiente?
Hay que tener en cuenta que los bloqueos y cierres fronterizos por la pandemia han llegado a interrumpir la distribución de productos agrícolas y provocado escasez de mano de obra en instalaciones de procesamiento de alimentos. Así que la industria alimentaria está invirtiendo fuertemente en soluciones de alta tecnología, muchas orientadas a fortalecer las cadenas de suministro, mejorar los estándares de producción y reducir el desperdicio de alimentos.
De hecho la población mundial crece y cada vez hay más bocas que alimentar, pero un tercio de los alimentos producidos, 1.300 millones de toneladas/año, no se aprovechan. Además, el cultivo de alimentos es el mayor usuario de recursos críticos, agua, tierra y energía y el mayor contribuyente a emisiones de efecto invernadero. De la granja al plato se desperdicia hasta 30% de los alimentos. En países en desarrollo 40% ocurren en la cosecha y el procesamiento y en países industrializados 40% en establecimientos o consumo. Sólo Europa desperdicia 20 % de los alimentos, por valor de 143.000 millones de euros/año. Además, las investigaciones muestran que la comida de conveniencia contribuye al desperdicio. En total la huella global de alimentos en descomposición es de 3,3 gigatoneladas de CO2, el 10 % de las emisiones globales anuales de carbono, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Para el profesor Vaclav Smil en la Universidad de Manitoba, Canadá, miembro de la Royal Society de Canadá, «si el desperdicio de alimentos del mundo fuera un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo».
Así que nos encontramos con el desafío de producir más con menos. Ello está relacionado con la agricultura de precisión. Según International Food Policy Research Institute esta agricultura puede aumentar el rendimiento de las cosechas mundiales un 67% para 2050 y reducir la emisión de CO2 un 50%, así como el uso de fertilizantes y pesticidas en un 20%.
De todas formas, el problema es difícil de resolver, porque el desperdicio tiene lugar en cada etapa de la producción. En la granja, cuando los precios de los alimentos caen bruscamente en relación con los costes de transporte, los cultivos no se cosechan. Además frutas y verduras manchadas y deformes, perfectamente comestibles, se tiran porque no cumplen especificaciones de tamaño y apariencia. Luego, en el procesamiento los alimentos, se recortan, causando más desperdicios. Se añaden pérdidas en refrigeración y transporte. Cuando la comida llega a las estanterías no se puede comprar antes de su fecha de venta. Finalmente, restaurantes y hogares descartan aún más y el consumidor promedio en EEUU descarta diez veces más que en el sudeste asiático, según la FAO.
Pero EAT-Lancet Commission EAT, organización sin ánimo de lucro dedicada a transformar el sistema alimentario global a partir de la ciencia, ya anticipaba en 2019 que las buenas prácticas pueden reducir a la mitad el despilfarro de alimentos e introducir un proceso de producción más sostenible que permita disminuir el uso de agua y fertilizantes. Incluso el Parlamento Europeo ha establecido un plan para reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2025.
Efectivamente, las compañías que proporcionan equipamiento diseñado para reducir desperdicios y mejorar la eficiencia en el empaquetamiento están en tendencia secular creciente. Es el caso de la suiza SIG Combibloc, que fabrica envases enteramente a partir de fibra de madera reciclable, con esterilizado y sellado que permite un almacenamiento de hasta doce meses sin conservantes. Por su parte la noruega Tomra es capaz de separar el producto imperfecto, evitando la acumulación de desperdicios en supermercados y contribuyendo al reciclado.
Más aún, la tecnología puede reducir los desperdicios con mejoras en agricultura, transporte y conservación. Por ejemplo, los agricultores en EEUU están utilizando cada vez más las redes sociales para encontrar compradores de productos no vendidos. De esta iniciativa surgió CropMobster, donde los agricultores se conectan con restaurantes y organizaciones benéficas para aliviar el hambre. Otras innovaciones se refieren a tecnologías para seguir evaluar la madurez de la fruta. Transporte y almacenamiento son las principales causas del desperdicio, pero una nueva familia de sensores electrónicos ultrasensibles permite recopilar de forma remota información sobre la frescura de los alimentos y crecimiento bacteriano, incluso recogiendo variaciones de pH en la leche. Los usuarios son alertados por mensaje de texto o correo electrónico cuando se alcanzan los límites. Incluso los productores de alimentos están haciendo un uso cada vez mayor dispositivos capaces de oler alimentos y bebidas para detectar compuestos químicos precursores de defectos o deterioro. Por su parte las «lenguas electrónicas» pueden obtener datos sobre acidez o amargura. Esta tecnología sensorial se utiliza para crear etiquetas y envases que modifican su color cuando los alimentos comienzan a cambiar.
Además se han desarrollado aditivos biológicos y conservantes que prolongan la vida útil de muchos alimentos básicos y permiten a los fabricantes aumentar los volúmenes de producción y reducir residuos sin comprometer la calidad. Es el caso del problema persistente para los queseros de la contaminación por levadura y moho naturales. Varias empresas han desarrollado «enzimas bioprotectoras», que prolongan la vida útil en la maduración. Además, el uso de coagulantes modernos puede reducir los costes de producción en Europa en alrededor de 160 millones de euros/año. Una compañía que fabrica estos productos es la danesa Christian Hansen -el mayor productor mundial de enzimas, probióticos y colorantes naturales– con su marca FreshQ de enzimas bioprotectoras, que aumentan la frescura percibida de varios productos lácteos, especialmente hacia el final de la vida útil.
Gillian Diesen, especialista de renta variable temática de Pictet AM.
0 comentarios